Para conseguir la mayor perfección posible en una vida que es, por vocación, intensa en oración y entregada al apostolado, se requiere una decisión clara y firme. No es un camino para tibios, sino para almas determinadas. Los miembros de esta Sociedad Misionera de Cristo Rey se proponen, con la ayuda indispensable de la gracia divina, dar un paso al frente. Su meta es reaccionar valientemente.
¿Contra qué reaccionan? Contra un enemigo silencioso pero devastador: todo género de superficialidad y de naturalismo. Estamos ante una verdad crucial: estas actitudes no son simples defectos leves; forman la raíz de tantos males que hoy afligen, con dolor, tanto a la Iglesia como a toda la sociedad humana. La ligereza en el pensamiento, la búsqueda de lo fácil, el conformarse con lo mundano y lo puramente natural como si fuera suficiente… de aquí brotan muchas de nuestras crisis espirituales y apostólicas.
Frente a esta realidad, la respuesta no puede ser ambigua. Por ello, el camino exige una elección consciente: alejarse de espectáculos y costumbres mundanas. Es un acto de libertad y de fortaleza, un «no» dicho al ruido vacío para poder decir un «sí» más pleno a lo esencial. Pero esta separación no es un fin en sí misma; es para crear espacio a una tarea mucho más grande y fecunda.
Esa tarea es la entrega seria y gozosa al estudio y a profundizar en las enseñanzas de la Iglesia. No se trata de un conocimiento superficial o de usar la doctrina como un instrumento más. Se busca algo mucho más profundo: adquirir una sólida formación doctrinal que sea como columna vertebral del alma, y llegar a tener una connaturalidad para con todas las manifestaciones del Magisterio de la Iglesia. Es decir, que las enseñanzas de la Iglesia no se sientan como algo ajeno o impuesto, sino como algo propio, amado y comprendido desde dentro, como la brújula que guía de forma natural el pensamiento y el corazón.
¿Y cuál es la norma práctica que guía esta conducta? Ante esta pregunta señalemos, con precisión, un faro inmutable: las reglas que señaló San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios Espirituales sobre el «sentir con la Iglesia Jerárquica». Este «sentir con» es la clave. Es más que obediencia; es una sintonía profunda del corazón, una identificación amorosa con la mente y el corazón de la Esposa de Cristo. Es ponerse en los mismos sentimientos de amor, celo, dolor y gozo que tiene la Iglesia guiada por sus pastores.
Por lo tanto, todo lo dicho hasta ahora, no es una simple lista de recomendaciones. Es un plan de vida para el apóstol serio. Es una llamada a cambiar la superficialidad por la profundidad, el naturalismo por la gracia, la costumbre mundana por la costumbre de la oración y el estudio fiel. Es una determinación que, sostenida por la gracia divina, forja Misioneros de Cristo Rey no según el modelo del mundo, sino según el Corazón de Cristo y en plena comunión con su Iglesia. Es el espíritu de seriedad, de valentía espiritual y de amor filial a la Jerarquía el que nos llevará a esa «mayor perfección posible» para gloria de Dios y salvación de las almas. Determinémonos, pues, con valentía.